El dolor, la calma y los pesares son momentáneos, son instantes.
Nosotros hacemos de cada momento una virtud y de cada virtud
Nuestro deseo.
El deseo acompaña cada cifra y pensamiento que cruza nuestra mente,
hace de un pestañear algo eterno y causa huracanes.
Tan solo el susurrarte al oído que te amo hace que nuestra piel se erice,
nuestras manos se encuentren y nuestro cabello juegue a que son olas
de mar. Se juntan y enredan, se posan uno sobre el otro y se dan de vueltas
hasta cansarse. Se besan.
Ojalá el invierno fuera más longevo.
De pronto entre el bullicio de la ciudad, el ajetreo del tránsito, las
alcantarillas, edificios, olores, sabores, colores, gente; la gente es esa
masa que va de abajo hacia arriba en escalas imaginarias.
Todos quieren subir escalones pero no saben quien sostiene su escalera
ni quien los espera al final de esta.
Veo a lo lejos una joven pareja discutiendo y me pregunto si el amor en
tiempos buenos se resume únicamente a un malestar. Si realmente el
concepto que se tiene sobre el como amar es lo correcto.
Es probable que la joven pareja que discute no note que los demás observan
atentos como se desarrolla su conflicto y para ellos sea normal, pero
es evidente que el pequeño que los acompaña ahoga sus gritos en agitar
el cordón del globo que acompaña a este, se ve concentrado en otra cosa,
como si al final de cada oración intercambiada cerrará sus ojos y se transportara
a la base del globo y pudiera salir volando de ahí.
¿Y acaso no todos en algún momento hemos deseado volar y observar todo
desde lo alto?
Mientras seguimos caminando y nos acercamos a una nueva jaula moderna,
se escucha como mucha gente va abriéndose paso, intercambiando
sonrisas y palabras sobre cómo es que viene a ser lindo pegarle al cristal que
separa a un jaguar de su cara. Para muchos es lo más cerca que han estado
de la muerte.
Cruzamos de nuevo con la joven pareja pero ahora ya no discuten, ya no hay
ceños fruncidos. La chica lleva a su pequeño entre brazos, recargado en
su hombro y haciéndolo descansar mientras ahora el que intenta escapar es
el padre, sosteniendo el globo y preguntándose qué tanto es lo que veía
su hijo en el.
Se acercaron y pude ver cómo el niño apenas abría un poco los ojos y con
su mirada cansada pudo sonreírme un poco.
Sonrisas sinceras.
Cuando volví mi atención a la jaula encontré a dos aves que no volaban, que
no cantaban, tenían un tanto la misma mirada y se sostenían del mismo modo,
en la misma piedra y veían a la gente con el mismo miedo.
En ese instante fue que entendí un poco más de esto que la gente llama vida,
las aves ya no vuelan, no cantan, no argumentan, no pelean, no extienden sus
alas, estoy casi seguro que están cansadas pero se tienen la una a la otra.
Se sostienen con apego y confianza, ven con miedo el mundo exterior pero
se observan con amor, con sinceridad, con la sinceridad de la sonrisa de los
niños.
Fue el día que vimos a dos cuervos besarse.
Y ahí, perdiéndome en tu mirada, en el tono de tu voz, en tu olor y sabor,
en el movimiento de tu cabellera, ahí fue que comprendí que estaba en mi lugar,
que los tropiezos y las lecciones cobraban sentido y fuerza para solo poder
tomarte de la mano y caminar a tu lado un instante.
Fue ahí que hice la máxima declaración de amor y por fin baje la guardia, fue
ahí que en un instante, en un pestañear y de manera inesperada llego a nosotros
el viento con toda su fuerza a sacudirnos y aceptar esa declaración de amor.
Fue ahí que nos entregamos a nuestros corazones.
Fue ahí que comprendí tu amor.
Fue ahí que nos completamos.
Es ahora que caminamos.
El día que vimos dos cuervos besarse.